Era lógico que el capitán de River, Américo Rubén Gallego, sonriera para la foto: no podía saber el pesto que se estaba por comer. Faltaban pocos minutos para las 21:30 -hora de inicio de la final del Nacional- y el Monumental estaba repleto: 44.225 entradas vendidas para una recaudación de 7.313-650 australes. 24 de mayo de 1984, el partido más importante de la historia de Ferro.
River, con Enzo Francescoli y el Beto Alonso como estandartes, venía de eliminar en semis a San Lorenzo (2-1 y 2-1); el ballet de Timoteo, con su consistente perfil bajo, la había tenido difícil con Talleres (1-0 y 1-1). El árbitro era Arturo Ithurralde. El otro capitán, el de Ferro, Héctor Cúper, parece estar mirando la cámara del Mudo Aleva.
El historial favorecía largamente a River. Clarín lo destacaba esa mañana: Ferro había ganado en esa cancha solo 9 de 47 veces, de las cuales 4 se habían producido justamente en la era de Carlos Griguol. El único antecedente similar era la final del Nacional 81, que había ganado River. La revancha de esta nueva definición se habría de jugar una semana más tarde en Caballito, la noche del primer abandono de un club autodenominado "grande" en el Templo de Madera.
En esa final de ida, la gente de Ferro se ubicó en la tribuna visitante que hoy se llama Sívori, arriba. Estaba repleta, aunque -es cierto- también había hinchas de otros cuadros y algunos locales que no habían entrado en la tribuna de enfrente y que se comieron nuestros festejos sin problemas. La Policía, que quedó mayormente en los pasillos del Monumental, dejó entrar los bombos, pero no los palos para tocarlos: se usaron zapatillas en su lugar.
El partido duró lo que quiso Ferro: los 33 minutos que pasaron entre la apertura del marcador (cabezazo del Fino Cañete), el segundo (corrida del misionero Noremberg) y el tercero (penal del Beto Márcico por foul al Beto Gargini, cometido un Tolo Gallego que ya no sonreía).